Esta alegría alrededor me deprime. Y no es la misma depresión que se tiene cuando uno está triste, es mucho peor. Ojalá estuviera deprimido por alguna pena, ¡Qué fácil es cuando la lógica de los sentimientos encaja y la alegría produce felicidad!
No, esto es peor que todo eso. Este estado apático, tal feliz y tan depresivo a la vez, me desconcierta tanto que me imposibilita para la vida. ¿Cómo se sale de una alegre depresión? ¿Quizá el remedio sea hundirse en la tristeza más profunda para ser coherente con la lógica sentimental?
Prefiero la depresión con motivo, la asociada a la tristeza, aquella que tiene culpables. Aquella que puedes achacar a sucesos o terceras personas evaporando de ti el sentimiento de culpa. Pero esta depresión no tiene más culpable que yo mismo. Mi cerebro ha tergiversado las emociones como siempre, y no entiende la felicidad como medio suficiente para seguir viviendo.
¿Pero qué me pasa? No quiero sonreir aunque tenga razones para ello. Me apetece estar triste y que vengan una tras otra las hostias que vuelvan a hacerme sentir vivo. Regodearme en mi miseria, consumirme sólo en la habitación, igual que ahora, pero con motivos para ello.
¿Acaso se puede decir que estoy mal? ¿O estoy bien? Qué más da, el hecho es que estoy llorando.
Cualquier contacto con la realidad, o así al menos lo llamáis vosotras, me produce esta sensación de angustia que no sé cuánto tiempo podré soportar. No me déis cariño por favor, no lo derrochéis en mí ya que no cumple el efecto deseado. Os animo a alejaros, a dejarme sólo, a que me déis libertad para marcharme sin dejar nada detrás.
Aunque tal vez, las realidades paralelas podamos construir planos perpendiculares de encuentro y cierta comprensión. Y es eso, lo que me salva de esa ventana abierta, de esa sobredosis, de esa seguridad final que otorga la nada.
Y a veces noto tan frágiles esos planos… Tan contados los momentos en los que consigo encontrarme a gusto entre las personas, esos que dicen ser mis iguales…