No sé cuántas despedidas

El último
grito de auxilio
de un suicida
en la ventana del cuarto.

El sonido
del bote de pastillas
abriendo
las puertas de la nada.

La venganza muda de la vida
cuando ataca
por detrás y sin esperarlo
obligando forzosamente
a volver a tener
que valorarlo.

¿Merece la pena?
Prefiero no saberlo
ya que la conclusión lógica
de una respuesta negativa
me llevaría
al vacío
a la intoxicación
a saberme cobarde por seguir vivo.

La tristeza es creación

Me encerré a crear
y acabé llorando,
menos mal
porque si no
no habría sido capaz
de acabar este poema.

Y es que la alegría
es la antítesis de la creación,
y la carencia de esta
a pesar de las lágrimas
el combustible del bolígrafo.

Gracias vida
por hundirme en la miseria,
por concederme este estado
tan propicio para los versos.

Un folio manchado de lágrimas,
una mano temblorosa
que ya no puede
sostener el vaso
y que de cuando en cuando
da unos pasos
para abrir el cajón
y anestesiar el sufrimiento.

Unos ojos tristes,
una boca muda
que se abre temblorosa
con miedo a las palabras
y que prefiere el silencio
y la agonía
a expresar sentimiento.

Alegre depresión

Esta alegría alrededor me deprime. Y no es la misma depresión que se tiene cuando uno está triste, es mucho peor. Ojalá estuviera deprimido por alguna pena, ¡Qué fácil es cuando la lógica de los sentimientos encaja y la alegría produce felicidad!

No, esto es peor que todo eso. Este estado apático, tal feliz y tan depresivo a la vez, me desconcierta tanto que me imposibilita para la vida. ¿Cómo se sale de una alegre depresión? ¿Quizá el remedio sea hundirse en la tristeza más profunda para ser coherente con la lógica sentimental?

Prefiero la depresión con motivo, la asociada a la tristeza, aquella que tiene culpables. Aquella que puedes achacar a sucesos o terceras personas evaporando de ti el sentimiento de culpa. Pero esta depresión no tiene más culpable que yo mismo. Mi cerebro ha tergiversado las emociones como siempre, y no entiende la felicidad como medio suficiente para seguir viviendo.

¿Pero qué me pasa? No quiero sonreir aunque tenga razones para ello. Me apetece estar triste y que vengan una tras otra las hostias que vuelvan a hacerme sentir vivo. Regodearme en mi miseria, consumirme sólo en la habitación, igual que ahora, pero con motivos para  ello.
¿Acaso se puede decir que estoy mal?  ¿O estoy bien? Qué más da, el hecho es que estoy llorando.

Cualquier contacto con la realidad, o así al menos lo llamáis vosotras, me produce esta sensación de angustia que no sé cuánto tiempo podré soportar. No me déis cariño por favor, no lo derrochéis en mí ya que no cumple el efecto deseado. Os animo a alejaros, a dejarme sólo, a que me déis libertad para marcharme sin dejar nada detrás.

Aunque tal vez, las realidades paralelas podamos construir planos perpendiculares de encuentro y cierta comprensión. Y es eso, lo que me salva de esa ventana abierta, de esa sobredosis, de esa seguridad final que otorga la nada.

Y a veces noto tan frágiles esos planos… Tan contados los momentos en los que consigo encontrarme a gusto entre las personas, esos que dicen ser mis iguales…